jueves, 24 de abril de 2014

Derecho Preventivo



 Dr. Jaime Mustafá Ventura
                             
Voz-juridica@hotmail.com

Hoy la formación académica del abogado dista mucho de lo que en décadas anteriores se percibía de ser buen profesional de la abogacía, el abogado de ayer  era formado para el litigio, la confrontación, el pleito. Hoy la formación es más integral y dirigida a la resolución alterna de los conflictos, hoy el derecho es un derecho preventivo y resolutor por demás, mucho más económico.  
 
Es así como el maestro y catedrático español, Alejandro Nieto, lo evoca de la manera más simple y realista: “El buen abogado tiene clientes, no procesos, no cuenta los pleitos ganados, sino los prevenidos”, hoy es una corriente del derecho especializado, toda vez que no todo abogado es un buen negociador de los pleito.

¿Cuántos pleitos ha ganado usted este año? La pregunta está mal formulada porque no se trata de ganar pleitos, sino de evitarlos: éste ha de ser el verdadero norte de la profesión. No es buen abogado el que tiene muchos pleitos ni tampoco el que los gana, sino quien sabe prevenirlos, porque pleito ahorrado es pleito ganado. 

El  buen abogado no anima al cliente a ir a juicio ni le promete victoria alguna, el buen abogado no es agresivo, sino paciente, no busca pelea, antes al contrario, la evita; no está para atacar ni para defender, sino para mediar y prevenir. 

Hay abogados que se dedican a apagar fuegos espontáneos y otros que echan previamente gasolina en las hogueras para hacer luego más meritoria su labor. Los mejores son aquellos que se preocupan de aislar las materias inflamables, revisar periódicamente los circuitos eléctricos y no dejan jugar a sus clientes con cerillas ni petardos. 

Corren tiempos de prevención, no de tratamientos ni de operaciones quirúrgicas. La salud de los pueblos y de los individuos no se mide por las enfermedades superadas, sino por sus ausencias. Dichoso aquel que no va al médico para que le cure, sino solamente para que le indique los medios de no enfermar. Feliz aquel que no visita al abogado para que le saque con fortuna de un juzgado, sino para que le diga qué ha de hacer para no tener siquiera necesidad de pisarlo.

El prevenido pasa el día sin sobresaltos y la noche sin pesadillas, no teme visitas inesperadas ni necesita fatigarse en los pasillos de los Tribunales. Prevenir conflictos es colaborar con la justicia, asegurar la convivencia familiar y ciudadana y, desde luego, suavizar el orden económico y el progreso social. 

Hasta hace poco eran los pleitos simples anomalías de la placidez cotidiana, consecuencias de la desgracia de tener un allegado avieso; para vivir en paz bastaba con comportarse con la prudencia de un buen padre de familia, tener conciencia y moderar la ambición. Hoy, en cambio, no es necesario buscar los conflictos porque ellos vienen solos a casa. 


            El buen abogado tiene clientes, no procesos. Aconseja el no meterse en malos pasos, el llevar bien las cuentas y papeles, el no retrasarse. Siempre va un paso por delante. No da motivos de queja a los socios, a los proveedores, a los empleados de su cliente. Para servir mejor los intereses de éste no duda en hablar con coherederos dolidos, con vecinos alarmados, con acreedores voraces, con deudores morosos.

           El buen abogado no es el que saca con habilidad a su cliente del horno en que previamente le ha dejado caer con seguridades temerarias. La salvación no consiste en escapar del peligro, sino en no haberse acercado a él. El cliente aventurero, aunque esté bien defendido, podrá salir con ventaja de cien pleitos, pero terminará indefectiblemente hundido en el siguiente y no recordará a su letrado por las cien primeras victorias, sino por la derrota última.

            “Pero –podrá decirse- el abogado no es responsable de las imprudencias de su cliente y, en último extremo, trabaja para vivir.”

            El buen abogado trata poco a los jueces; no es temido, sino respetado por los adversarios de sus clientes; no trata –ni mucho menos agrava- heridas abiertas, antes bien, impide que se abran. Su arma favorita es el consejo; su ciencia, la cautela, la escrupulosidad; prefiere avisar a tiempo que remediar cuando ya es tarde. Pero el buen abogado tampoco se arredra ante la agresión inevitable y, si llega la ocasión, no vacila en emplear la energía y el prestigio que día a día ha ido acumulando. El buen abogado, en definitiva, no cuenta los pleitos ganados, sino los prevenidos, y por estos últimos se medirá su fama. 

Es definitivo como dirían en mi barrio: el buen abogado “no provoca ni baraja pleito” simplemente está en disposición de resolutar de la manera más viable para su cliente.

jueves, 10 de abril de 2014

Enseñanza Desde La Academia




 Dr. Jaime Mustafá Ventura        
                     

 “En la Universidad se estudian las leyes desde sistemas conceptuales apriorísticos.” El objetivo y finalidad es que los formados sepan entender e interpretar las leyes… y que luego en la vida profesional se las arreglen como puedan. Hoy por hoy, en la practica profesional vemos como los profesionales sobre todo los del derecho no hacen honor a lo que se profesionalizaron porque no se le prepara para la vida profesional
.  
Al parecer, se tiene en nuestra sociedad por buen licenciado al que tiene manejo y destreza en bien conocer el ordenamiento jurídico y al que mejor presente la interpretación de un texto jurídico, todo en un plano conceptual, teórico y memorístico. Obviamente, esto trae como consecuencia la disyuntiva de que todos los buenos prácticos son sin excepción buenos teóricos, no siempre los teóricos de excelencias terminan siendo buenos prácticos. Hay que hacer una correlación y equilibrio entre la práctica y la teoría.



De tal modo, entramos a una discusión, de la importancia en lo que respecta a la cuestión de la teoría y la práctica, que en nuestro tiempo se refleja en la distinción entre el conocimiento de las leyes y el dominio de su aplicación en el terreno de la práctica profesional. Es por esto que los currículos de las facultades y escuelas de Derecho deben avocarse a equilibrar el conocimiento y dominio de la aplicación. A final de cuenta es lo que definirá el destacado profesional en su ejercicio cotidiano. Las currículos debe hacer desde el Ministerio mismo de Educación Superior mas exigencias en la práctica profesionales y la investigación científica de calidad.

Como consecuencia, los instructores, facilitadores, profesores, maestros, cualquiera sea la categoría, tenemos el compromiso de adaptar nuestro programas a una perspectiva más incursionada a la práctica jurídica real y concreta. Reconozcamos que resulta más cómodo resumir docenas de títulos o libros de manera abstracta en un salón que coger de la mano a los estudiantes y llevarlos por las intrincadas sendas de la práctica jurídica.



Como resultado, este compromiso de la enseñanza académica debe estar en el guía y líder; debemos estar conscientes de querer llevar a los estudiantes por el sendero del aprendizaje de las trampas procesales como a las confusiones materiales de la casuística. El formado lo agradecerá que le muestre el lado de las herramientas que le distingan de tantos “licenciados tullidos” con muchos libros memorizados y ninguna herramienta experimental. Consecuentemente, hoy por hoy demanda nuestra política formativa de instructores guías que depongan la perversa practica de separar los métodos de comprensión de las leyes y los de su aplicación. Del primer nivel se ocupa la Universidad y del segundo es responsabilidad del formador y es urgente, es decir obligatorio,  asumir el rol.

“Lo peor del caso es que así lo perciben todos los estudiantes sin atreverse a denunciarlos;” es tiempo de que los formados se empoderen y reclamen del sistema de enseñanza que se oficialice y se capacite a los formadores en lo que realmente debe ser un proyecto dirigido a afrontar el ejercicio con los conocimientos que va a utilizar en su vida profesional, poco le vale al discípulo la muestra de erudición de su formador. Los formadores vamos a los salones aportar de nuestra experiencia, ayudar al discente a que su tránsito sea menos traumático. Por eso dudamos del profesional que no ejerce y está en la docencia.



Plausible es, que los formados de nuestras universidades puedan salir al ruedo profesional con la formación práctica de tal manera que la seguridad de su accionar no se vea marcado por miedo escénico, falta de confianza a si mismo, al vacio profesional de quien acaba de recibirse, entre otros factores. Dice el refranero “la practica hace al monje” y en la carrera de derecho mucho mas. El derecho solo se aprende ejerciendo y estudiando. 

martes, 8 de abril de 2014

Éxito y Triunfo



Dr. Jaime Mustafá Ventura                             

Cuando hablamos de éxito y triunfo por lo regular asimilamos los conceptos como sinónimos de un bienestar de logros y objetivos prediseñados.  Sin embargo la realidad es que encierran diferencias marcadas.
El éxito es un logro personal en cualquier ámbito ya sea, laboral, familiar, empresarial, personal, social entre otros;  el Triunfo se podría asumir lo mismo pero con una conceptualización más profunda porque encierra una felicidad compartida.
El éxito es un logro fundamentalmente de apariencia, no encierra tantos principios y valores como el  triunfo, se asocia a un objetivo marcadamente de ganar, siempre ganar; ser exitoso no significa necesariamente que seas feliz, en cambio, para ser triunfador produce el placer de la Felicidad Plena, porque el triunfo se basa en los principios y valores para su logro, se basa en el bien común y no el personal, es aceptar la diferencia y aprender con los demás y de los demás, es el logro de un equilibrio en todo los ámbitos de la vida.



 El triunfador se diferencia del exitoso porque todo lo que hace lo viste con la túnica del amor por lo que hace, su trabajo, su colaboración social, su familia, su preparación académica, su oficio de elección y siente orgullo y placer de hacer lo que emprende. Es así, como personas exitosas se convierten en personas triunfadoras cuando hacen lo que hacen con sincero amor. 
Ser triunfador debe formar parte de nuestra objetivación de vida, se desarrolla, se culturiza para aprender a ser y vivir como triunfador. Se debe marcar la diferencia de ser además, de exitoso, un triunfador. Es un equilibrio de vida personal.
En un paseo por un BULEVAR DE LA VIDA, un día no precisado y dando seguimiento a un Edecán formidable como es Pablo McKinney, hacia reflexionar sobre Triunfar  y yo agrego Fracasar.
Corremos desesperadamente tras  el triunfo sin saber que es. Y así: confundimos el amor con el gustar, el hogar con una casa, el triunfar con el reconocimiento social.
Corremos desesperadamente tras el  éxito, sin saber  que solo habremos triunfado: Cuando el egoísmo no limite nuestra capacidad de amar. Cuando no tratemos de hallar las repuestas en las cosas que nos rodean, sino en nuestra propia persona. Cuando sepamos obsequiar nuestro silencio a quien no le pide palabras, y nuestra ausencia a quien no nos aprecia.
Cuando sepamos distinguir una sonrisa de una burla, y prefiramos la eterna lucha, a la compra de la falsa victoria. Cuando actuemos por convicción y no por adulación. Cuando podamos ser pobres sin perder nuestra riqueza, y ser ricos sin perder la humildad.
Cuando sepamos perdonar, tan fácilmente como sabemos disculparnos. El que tiene carácter y personalidad de triunfador se conoce en su accionar pues es una persona que se ocupa de las cosas pequeñas con mira que las sumatorias de las mismas la convierte en grandes cosas.
No son las cosas que hacen grande al hombre, el hombre hace grande las cosas. Eso es la visión de un triunfador. El triunfador siempre ve la vida con optimismo, con un enfoque positivo, ve siempre las condiciones favorables y desfavorables como elementos inherentes a las actividades humanas. No hay nada que se pueda realizar sin la necesidad de vencer un obstáculo.
Los triunfadores aprenden lo que los fracasados no  logran interiorizar, aprenden a manejarse en las condiciones adversas y aprovechan las que les son favorables. Nunca pierden de vista el objetivo.